sábado, 27 de febrero de 2010

Regresa rescatista adventista de Haití

La brigada de rescate Topos de Tlatelolco en plena acción, durante los trabajos de rescate en Puerto Príncipe, Haití.

Grupo de Topos en preparación para su salida a Haití, el 14 de enero de 2010. Su experiencia como rescatistas y paramédicos los ha llevado a muchos lugares del mundo.


Alberto Aguilar Cárdenas, rescatista adventista de los Topos de Tlatelolco, con un soldado en Puerto Príncipe. Alberto tuvo la oportunidad de participar como paramédico durante los trabajos de rescate tras el terremoto sufrido semanas atrás.

Entre los cientos de voluntarios que viajaron a la isla de Haití en enero pasado para prestar servicio altruista debido al terremoto sufrido entonces se encuentra un miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Cancún, Quintana Roo. Alberto Aguilar Cárdenas es adventista y desde hace15 años es un entusiasta miembro del club de Guías Mayores de la Iglesia Adventista de la Región 95, Distrito II, de Cancún.

Tras el terremoto ocurrido en Haití el 12 de enero de 2010, muchas organizaciones de ayuda y cuerpos de rescate fueron a la isla para prestar servicio altruista. Entre estos grupos de ayuda estuvo la Brigada de Rescate "Topos" Tlatelolco, cuyo primer grupo partió el 14 de enero desde Cancún, Quintana Roo. Alberto pertenece a la tercera generación de esta agrupación que se formó en ocasión del terremoto de la Ciudad de México de 1985.

"Viajar a Haití como rescatista", cuenta Alberto, "es algo que ha dejado una profunda huella en mi personal y en mi familia". La condición social que Alberto encontró en el país resulto sumamente impactante para él, al "ver esos rostros desfigurados por la tragedia, el dolor, la incredulidad y, sobre todo, por la incertidumbre de no saber cómo enfrentar la situación", agregó. A continuación, Alberto nos cuenta algo de su vivencia en aquel país.

¿Qué sucedió a tu llegada y tras tu participación con los Topos en Haití?
"En esta agrupación he sido formado como paramédico. Fui asignado a la atención de heridos y, junto con unos doctores de Cuba, dos monjas y un sacerdote, instalamos un precario hospital sobre los escombros de un parque en los alrededores de la catedral de Puerto Príncipe. El primer día de trabajo atendimos unas mil quinientas personas, la mayoría con principios de gangrena, tétanos y otras infecciones que vienen cuando las heridas están expuestas. Ese mismo día, uno de los médicos originarios de Cuba, realizó alrededor de sesenta amputaciones, de las cuales yo mismo practiqué unas veinte entre brazos, piernas y dedos".

¿Qué sentimientos experimentaste en tas distinguida pero esforzada jornada?
"Tengo muchas vivencias, y todas se agolpan en mi mente porque sólo basta recordarlas para que fluyan. Pero sí debo reconocer que, ante tan devastadora tragedia y dolor humanos, no tuve tiempo de llorar. Es más, el apetito huía de nosotros, y ni pensar en espacios para sentirse cansados. Este sentir se ahondaba epecialmente cuando pensábamos en la gran cantidad de material de curación que necesitábamos para dar un servicio completo, sabiendo que la ayuda internacional estaba varada en el aeropuerto. Así que teníamos que hacerle frente con lo que teníamos: un litro de alcohol, unos litros de agua oxigenada, y dos kilos de gaza. Creo que sacar fuerzas de la debilidad para salvar vidas llena el corazón".

¿Cómo relacionas tu experiencia vivida en Haití con la fe que profesas?
"Muchas cosas están sucediendo en este mundo y, al estar en Haití, me di cuanta una vez más cuán frágil y débil es el ser humano. Pero lo que más percibí fue cómo podemos sucumbir cuando nos olvidamos que hay un Dios que da esperanzas y ánimo en medio de la tragedia. Sé que Dios me dio la oportunidad de rescatar vidas, y por medio de nuestras manos hacer milagros que daban esperanza, no para gloria nuestra sino de su bendito nombre.

Información e imágenes: Salomón García, Director de Comunicación, Misión de Quintana Roo.

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